El sol empezó a ponerse y las
sombras se alargaban y empezaban a surgir por entre los oscuros rincones. M se
asomó por la ventana y vio corretear a pequeños brujos, zombis y vampiros. Era
su día y había que aprovecharlo.
Se puso sus mejores galas, se pintó los ojos
bien oscuros, los labios bien rojos y enseñó los colmillos bien blancos. Aún se
notaba sobre el cuello el mordisco que la convirtió. Silvó a sus murciélagos y
unos cuantos se unieron a ella. Ya se disponía a salir de casa cuando recibió
varios mensajes de su amiga de cacería nocturna: iba a llegar tarde.
“El que espera desespera” dice un
refrán y M tuvo que hacer esfuerzos para no morderse sus recién pintadas uñas
negras. Finalmente cogió el batmóvil y recogió en la estación a su amiga que
aún iba de incógnito. Salvo la noche de Halloween las vampiresas son discretas
y disimulan su condición. Pero esa noche era suya y podían campar a sus anchas.
Tenían hambre así que probaron
con un coreano que encontraron por el camino, cerca de donde dejaron el
batmóvil. Mi amiga opinaba que había probado coreanos mejores, quizás no era
coreano de pura sangre, pero no estuvo mal del todo. Una vez probada la sangre
su amiga se transformó en lo que realmente es, una vampiresa de miedo.
Acabaron la noche en H un local
oscuro y tenebroso lleno de extraños espíritus, algunos aterradores como los
payasos, otros no tanto como las enfermeras sexys. Había mucho zombi en el
local, y todos muy orgullosos de su profesión, porque iban vestidos aún de
trabajo.
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