viernes, 7 de noviembre de 2014

Halloween

El sol empezó a ponerse y las sombras se alargaban y empezaban a surgir por entre los oscuros rincones. M se asomó por la ventana y vio corretear a pequeños brujos, zombis y vampiros. Era su día y había que aprovecharlo.

Se puso sus mejores galas, se pintó los ojos bien oscuros, los labios bien rojos y enseñó los colmillos bien blancos. Aún se notaba sobre el cuello el mordisco que la convirtió. Silvó a sus murciélagos y unos cuantos se unieron a ella. Ya se disponía a salir de casa cuando recibió varios mensajes de su amiga de cacería nocturna: iba a llegar tarde.

“El que espera desespera” dice un refrán y M tuvo que hacer esfuerzos para no morderse sus recién pintadas uñas negras. Finalmente cogió el batmóvil y recogió en la estación a su amiga que aún iba de incógnito. Salvo la noche de Halloween las vampiresas son discretas y disimulan su condición. Pero esa noche era suya y podían campar a sus anchas.

Tenían hambre así que probaron con un coreano que encontraron por el camino, cerca de donde dejaron el batmóvil. Mi amiga opinaba que había probado coreanos mejores, quizás no era coreano de pura sangre, pero no estuvo mal del todo. Una vez probada la sangre su amiga se transformó en lo que realmente es, una vampiresa de miedo.

Acabaron la noche en H un local oscuro y tenebroso lleno de extraños espíritus, algunos aterradores como los payasos, otros no tanto como las enfermeras sexys. Había mucho zombi en el local, y todos muy orgullosos de su profesión, porque iban vestidos aún de trabajo.


Bailaron con algunas posibles víctimas para tantear cuánta sangre quedaba en sus venas, pero visto que allí no había más que zombis se cansaron y se fueron a casa a meterse en el ataúd y descansar.


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