domingo, 26 de julio de 2015

Remontando el río

El sol ya comenzaba a elevarse por el horizonte. Subía tras su espalda y no se paró a contemplarlo, siguió su cabalgar remontando el curso de un pequeño riachuelo. En un momento dado apareció ante ella la puerta de entrada a la ciudad. Era una vieja construcción bien conservada, con sus torres de vigilancia y su foso perimetral. Justo antes de la puerta había una gran roca a cada lado y se sentó en una de ellas a esperar. Dejando a su montura pastar por los alrededores.

Media hora más tarde todos estaban reunidos. Hubo que dejar pastar los caballos de los últimos en llegar y remendar algunos parches en las monturas, pero por fin estaban listos para una nueva aventura juntos.

No entraron en la ciudad. Los vigías de las torres los miraron extrañados al verlos partir de nuevo. Unos remontaban el riachuelo a ritmo alegre, mientras otros trotaban más tranquilamente "había camino de sobra para cansarse" pensaban.

Pronto se acabó la zona cercana a la ciudad, con multitud de gente paseando, y empezó una zona menos transitada con abundancia de cañaverales. Iban alegres y descansados hablando y cantando. Sólo M desentonaba de vez en cuando con sus quejas del estado del camino, ya que era chica de ciudad y le costó un tiempo asumir el cambio. No quería ser una quejica pero a su pesar tampoco podía evitarlo.

Avanzaban a buen ritmo. De vez en cuando otros jinetes se cruzaban con ellos. El camino iba de lado a lado atravesando el riachuelo. Cada vez costaba más esfuerzo cruzarlo, sobretodo porque cada vez llevaba más agua.

Pararon a descansar a la altura de una presa que los lugañeros habían construido para desviar el agua del río y utilizarla en el riego de sus campos y abastecimiento de sus casas. Aprovecharon para comer algunos de los vívieres que llevaban. Fue un rato agradable de esparcimiento y contacto con la naturaleza. Cuando ya se disponían a marchar, un caballero errante los reconoció y se paró a hablar con ellos. Tenía ganas de un poco de compañía y de commpartir sus adanzas antes de proseguir.

Siguieron su camino río arriba, aunque pronto se desviaron buscando un sendero secreto que les llevaría al bosque de la Vallesa. Un lugar oscuro y sombrío lleno de seres mágicos muy antiguos. Aunque eran valientes y estaban preparados para entrar en el bosque, este no les dió la bienvenida. Escondió más aún su sendero secreto entre zarzas y rocas y se perdieron antes incluso de llegar a verlo. Lucharon contra las piedras y las plantas que se les avalanzaban durante un tiempo, pero finalmente se retiraron y retrocedieron con rascones y magulladuras. El bosque había vencido.

No quedó más remedio que seguir río arriba esta vez ya buscando el pueblo más cercano por caminos transitados. Subían y subían, el sol ya estaba alto, apenas había árboles que los protegieran y no les quedaba más agua. Estaban cansados, tenían sed y no sabían cuánto tardarían en llegar a su destino. Los ánimos, acorde con las fuerzas, empezaban a flaquear.

Cuando poco quedaba para abandonarse a la muerte, apareció ante ellos una posada. "¿Una posada aislada en medio del camino?", quizás los dioses se habían apiadado de ellos. Lo que más les animó del hallazgo fue el pozo de agua fresca y cristalina del que el posadero les dió de beber hasta saciarse.

Con el cuerpo y el espíritu reconfortado emprendieron de nuevo la subida. Siempre hacia arriba. El camino se volvió intransitable y las monturas lo notaron. Algunos tramos los jinetes tuvieron incluso que descender de ellas y caminar. 

Finalmente llegaron a su destino, un lago azúl de agua fresca y transparente que les devolvió las fuerzas. Se bañaron largo rato, reacios a abandonar la frescura del lago en esas horas de máximo calor, y si finalmente lo hicieron fue sólo para cazar algo que comer y cocinarlo. Había que coger energía para enfrentarse al feroz dragón de hierro esa misma tarde.