domingo, 22 de noviembre de 2015

CNC


Trabajar en una central nuclear suena importante. Aunque lo primero que hace todo el mundo es hacerte bromas relacionadas con Homero Simpson.

Dentro de la central nuclear hay muchos puestos de trabajo, no todos tan emocionantes como pudiera parecer. Algunos ni siquiera tienen acceso a la zona controlada (que viene a ser la zona con cierto riesgo de radiación). Puedes ser barrendero, o trabajar en las oficinas y no salir de allí más que para tomar café e ir a comer.

Aún así, en la parte no controlada también puedes ver los transformadores, la zona de tratamiento de agua y las instalaciones de refrigeración, que también son muy interesantes desde el punto de vista ingenieril. Así que trabajar en una CN mola incluso si sólo te dedicas a vaciar las papeleras del reclicado :P

Yo trabajaba diseñando estructuras, principalmente andamios temporales de acceso de personas. Aunque alguna estructura fija de acceso también cayó. No suena muy tecnológico, pero tiene su parte positiva: te da acceso a todos y cada uno de los rincones de la central, porque para tareas de mantenimiento de cualquiera de los departamentos pueden necesitar un andamio.

La primera vez que entré en zona controlada estaba un poco inquieta. Llevaba un dosímetro para controlar la radiación que iba a recibir. ¿Sería mucha? ¿cómo me afectaría la que recibiera? ¿será peligroso?
Luego aprendes que no, que no es peligroso. Que sí, que vas a recibir dosis, pero que van a ser muy pequeñas y que no te van a afectar en nada. Aunque el hecho de que el dosímetro pite de vez en cuando pone nervioso. Te acostumbras y aprendes a ignorarlo, pero pone nervioso jeje.

Lo que más destacaría de haber trabajado en la central es la gente. Tuve suerte y me tocó un grupo de trabajo fantástico. La mitad del equipo éramos nuevos, temporales contratados sólo para el periodo de recarga de combustible (donde las tareas de mantenimiento se multiplican).

Lo primero que me agradó fue que se preocuparan de enseñarme la primera semana lo que tenía que hacer y cómo hacerlo. En ninguna otra empresa se habían tomado tal molestia, cosa que a mí me parece básica cuando empiezas en un nuevo trabajo, pero la gente nunca tiene tiempo para eso (o eso les parece a ellos). La segunda semana empezó el caos y ya tuvimos que improvisar y aprender sobre la marcha como es lo habitual.


Otra cosa que me gustó es que congenié muy bien con mi jefe directo. Yo le entendía y él estaba contento con que le entendiera. Y no sólo con mi jefe, la mayoría de gente era cooperativa y accesible… además de simpática y divertida en los descansos. Me reí mucho en los descansos. Un ambiente de trabajo agradable te hace el trabajo más agradable, y si trabajas a gusto trabajas mejor.


martes, 17 de noviembre de 2015

Oropesa del Mar (Castellón)

[Esta entrada es vieja, del verano, pero no llegué a publicarla y como hace tiempo que no escribo pues aquí os la dejo. Espero que os guste]


Tengo un amigo que tiene un amigo que ahora es mi amigo también :)

A este último amigo le hacía ilusión reunirnos y vernos, que no lo hacemos habitualmente. Como su familia tiene una villa y un barquito en Oropesa nos invita a pasar el día allí. A mí me gusta ver a mis amigos, por descontado, pero me hacía más ilusión salir en barco que no recuerdo haberlo hecho antes.

Como el último año no he tenido que usar casi el coche, y como soy ecologista y los coches contaminan, intento utilizarlo lo menos posible. Vamos que no me gusta cogerlo. Íbamos a compartir coche para ir los cuatro que íbamos al principio, pero al final sólo fuimos dos y por circunstancias de la vida cada uno desde un origen distinto. Nada, que al final ni redujimos coches ni nada. Bueno, el otro hizo una parte del trayecto en tren, algo es algo.

Recogí a mi amigo en la estación de tren de Castellón, “carreteamos” (callejear pero por carreteras) sin perdernos y llegamos al destino. Allí nos recibió el padre muy amablemente, luego la madre que creía que yo era la mujer del chico con el que fui :O, y finalmente nuestro amigo. Hacía tanto tiempo que no nos veíamos que reconozco que me quedé un poco sin saber qué decir.

Superado el encuentro preparamos la neverita con cervezas, agua e isotónica, se hicieron un bocata para el almuerzo (yo llevaba el mío hecho), investigamos los alrededores de la casa (el jardín zen y la tomatera cherry) y salimos hacia puerto con ilusión.

Una vez aparcado el coche y encontrado el barquito, nos descalzamos, subimos a él, colocamos la neverita en buen lugar, nuestra ropa a salvo de mojarse… En resumen, nos preparamos para salir. 

El "capitán" (el hijo del dueñodel barco) nos explicó el proceder para desamarrar y salir del muelle, y cuando intentó arrancar el motor no hubo manera. No tenía batería. Total que algunos minutos más tarde y varias llamadas de teléfono al verdadero dueño del barco y a la ayuda del puerto, conseguimos arrancar el motor. ¡Qué ilusión, nos movemos!

Yo estaba en la parte trasera del barco, y vi que uno de los manguitos echaba un líquido viscoso y oscuro al exterior. Se lo comenté al “capitán” y casi de inmediato perdió el control de la dirección del barco. El líquido perdido era el de la dirección. Como apenas nos habíamos movido, sorteamos el chocar contra otros barcos del muelle como pudimos. 

Yo tuve que aprender rápidamente a prueba-error cómo se maneja el bichero. El caso es que conseguimos parar el barco en medio del muelle sin haber golpeado nada. De nuevo llamadas de socorro. 

El aire nos empujaba y no teníamos fuerza suficiente para controlarlo. Por suerte nos empujaba por en medio del canal del muelle. Y así, poco a poco y evitando chocar, llegamos hasta el pantanal del final del muelle, donde sujetamos el barco como pudimos con las manos, porque no había ningún amarre en ese lado para atar un cabo.

Así estuvimos un buen rato. A mí se me estaban cansando los brazos de aguantar el barco que seguía queriendo moverse poco a poco con los vaivenes del viento. Me sorprendió que sin velas (es un barco a motor) y dado el peso de la embarcación, el viento fuera capaz de moverlo tan fácilmente. Claro que el agua no ofrece mucha resistencia, no sería como arrastrarlo sobre ruedas rozando la tierra.


Al final había un sitio libre en frente de nosotros, y con una cuerda desde fuera el “capitán” consiguió amarrar en ese hueco. Por fin pudimos descansar. Ahora tocaba esperar a que viniera mantenimiento del puerto y nos remolcaran hasta nuestro verdadero “hueco”. Y una vez lo hicieron se acabó la historia. 

Mi gozo en un pozo, me quedé sin navegar.