[Esta entrada es vieja, del verano, pero no llegué a publicarla y como hace tiempo que no escribo pues aquí os la dejo. Espero que os guste]
Tengo un amigo que tiene un amigo
que ahora es mi amigo también :)
A este último amigo le hacía
ilusión reunirnos y vernos, que no lo hacemos habitualmente. Como su familia tiene
una villa y un barquito en Oropesa nos invita a pasar el día allí. A mí me
gusta ver a mis amigos, por descontado, pero me hacía más ilusión salir en barco
que no recuerdo haberlo hecho antes.
Como el último año no he tenido
que usar casi el coche, y como soy ecologista y los coches contaminan, intento
utilizarlo lo menos posible. Vamos que no me gusta cogerlo. Íbamos a compartir
coche para ir los cuatro que íbamos al principio, pero al final sólo fuimos dos
y por circunstancias de la vida cada uno desde un origen distinto. Nada, que al
final ni redujimos coches ni nada. Bueno, el otro hizo una parte del trayecto
en tren, algo es algo.
Recogí a mi amigo en la estación
de tren de Castellón, “carreteamos” (callejear pero por carreteras) sin
perdernos y llegamos al destino. Allí nos recibió el padre muy amablemente,
luego la madre que creía que yo era la mujer del chico con el que fui :O, y
finalmente nuestro amigo. Hacía tanto tiempo que no nos veíamos que reconozco
que me quedé un poco sin saber qué decir.
Superado el encuentro preparamos
la neverita con cervezas, agua e isotónica, se hicieron un bocata para el
almuerzo (yo llevaba el mío hecho), investigamos los alrededores de la casa (el
jardín zen y la tomatera cherry) y salimos hacia puerto con ilusión.
Una vez aparcado el coche y
encontrado el barquito, nos descalzamos, subimos a él, colocamos la neverita
en buen lugar, nuestra ropa a salvo de mojarse… En resumen, nos preparamos
para salir.
El "capitán" (el hijo del dueñodel barco) nos explicó el proceder para
desamarrar y salir del muelle, y cuando intentó arrancar el motor no hubo
manera. No tenía batería. Total que algunos minutos más tarde y varias llamadas de teléfono al verdadero dueño del barco y a la ayuda del puerto, conseguimos arrancar el
motor. ¡Qué ilusión, nos movemos!
Yo estaba en la parte trasera del
barco, y vi que uno de los manguitos echaba un líquido viscoso y oscuro al
exterior. Se lo comenté al “capitán” y casi de inmediato perdió el control de
la dirección del barco. El líquido perdido era el de la dirección. Como apenas
nos habíamos movido, sorteamos el chocar contra otros barcos del muelle como
pudimos.
Yo tuve que aprender rápidamente a prueba-error cómo se maneja el bichero. El
caso es que conseguimos parar el barco en medio del muelle sin haber golpeado
nada. De nuevo llamadas de socorro.
El aire nos empujaba y no teníamos
fuerza suficiente para controlarlo. Por suerte nos empujaba por en medio del
canal del muelle. Y así, poco a poco y evitando chocar, llegamos hasta el
pantanal del final del muelle, donde sujetamos el barco como pudimos con las
manos, porque no había ningún amarre en ese lado para atar un cabo.
Así estuvimos un buen rato. A mí
se me estaban cansando los brazos de aguantar el barco que seguía queriendo
moverse poco a poco con los vaivenes del viento. Me sorprendió que sin velas (es un barco a motor) y dado el peso de la embarcación, el viento fuera capaz
de moverlo tan fácilmente. Claro que el agua no ofrece mucha resistencia, no
sería como arrastrarlo sobre ruedas rozando la tierra.
Al final había un sitio libre en
frente de nosotros, y con una cuerda desde fuera el “capitán” consiguió amarrar
en ese hueco. Por fin pudimos descansar. Ahora tocaba esperar a que viniera
mantenimiento del puerto y nos remolcaran hasta nuestro verdadero “hueco”. Y
una vez lo hicieron se acabó la historia.
Mi gozo en un pozo, me quedé sin
navegar.
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