martes, 17 de noviembre de 2015

Oropesa del Mar (Castellón)

[Esta entrada es vieja, del verano, pero no llegué a publicarla y como hace tiempo que no escribo pues aquí os la dejo. Espero que os guste]


Tengo un amigo que tiene un amigo que ahora es mi amigo también :)

A este último amigo le hacía ilusión reunirnos y vernos, que no lo hacemos habitualmente. Como su familia tiene una villa y un barquito en Oropesa nos invita a pasar el día allí. A mí me gusta ver a mis amigos, por descontado, pero me hacía más ilusión salir en barco que no recuerdo haberlo hecho antes.

Como el último año no he tenido que usar casi el coche, y como soy ecologista y los coches contaminan, intento utilizarlo lo menos posible. Vamos que no me gusta cogerlo. Íbamos a compartir coche para ir los cuatro que íbamos al principio, pero al final sólo fuimos dos y por circunstancias de la vida cada uno desde un origen distinto. Nada, que al final ni redujimos coches ni nada. Bueno, el otro hizo una parte del trayecto en tren, algo es algo.

Recogí a mi amigo en la estación de tren de Castellón, “carreteamos” (callejear pero por carreteras) sin perdernos y llegamos al destino. Allí nos recibió el padre muy amablemente, luego la madre que creía que yo era la mujer del chico con el que fui :O, y finalmente nuestro amigo. Hacía tanto tiempo que no nos veíamos que reconozco que me quedé un poco sin saber qué decir.

Superado el encuentro preparamos la neverita con cervezas, agua e isotónica, se hicieron un bocata para el almuerzo (yo llevaba el mío hecho), investigamos los alrededores de la casa (el jardín zen y la tomatera cherry) y salimos hacia puerto con ilusión.

Una vez aparcado el coche y encontrado el barquito, nos descalzamos, subimos a él, colocamos la neverita en buen lugar, nuestra ropa a salvo de mojarse… En resumen, nos preparamos para salir. 

El "capitán" (el hijo del dueñodel barco) nos explicó el proceder para desamarrar y salir del muelle, y cuando intentó arrancar el motor no hubo manera. No tenía batería. Total que algunos minutos más tarde y varias llamadas de teléfono al verdadero dueño del barco y a la ayuda del puerto, conseguimos arrancar el motor. ¡Qué ilusión, nos movemos!

Yo estaba en la parte trasera del barco, y vi que uno de los manguitos echaba un líquido viscoso y oscuro al exterior. Se lo comenté al “capitán” y casi de inmediato perdió el control de la dirección del barco. El líquido perdido era el de la dirección. Como apenas nos habíamos movido, sorteamos el chocar contra otros barcos del muelle como pudimos. 

Yo tuve que aprender rápidamente a prueba-error cómo se maneja el bichero. El caso es que conseguimos parar el barco en medio del muelle sin haber golpeado nada. De nuevo llamadas de socorro. 

El aire nos empujaba y no teníamos fuerza suficiente para controlarlo. Por suerte nos empujaba por en medio del canal del muelle. Y así, poco a poco y evitando chocar, llegamos hasta el pantanal del final del muelle, donde sujetamos el barco como pudimos con las manos, porque no había ningún amarre en ese lado para atar un cabo.

Así estuvimos un buen rato. A mí se me estaban cansando los brazos de aguantar el barco que seguía queriendo moverse poco a poco con los vaivenes del viento. Me sorprendió que sin velas (es un barco a motor) y dado el peso de la embarcación, el viento fuera capaz de moverlo tan fácilmente. Claro que el agua no ofrece mucha resistencia, no sería como arrastrarlo sobre ruedas rozando la tierra.


Al final había un sitio libre en frente de nosotros, y con una cuerda desde fuera el “capitán” consiguió amarrar en ese hueco. Por fin pudimos descansar. Ahora tocaba esperar a que viniera mantenimiento del puerto y nos remolcaran hasta nuestro verdadero “hueco”. Y una vez lo hicieron se acabó la historia. 

Mi gozo en un pozo, me quedé sin navegar.


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